Blog para la educación en la interculturalidad.

INMIGRANTE EN CANADÁ

 
Relato de un Inmigrante
¿porqué emigrar y porqué Canadá?
Había sido un mes terrible. Verano y calor sofocantes. Las noticias cada día terminaban de derrumbar lo poquito logrado en el último año con tanto esfuerzo. Lo de siempre: un nuevo ajuste económico. Pero ahora casi sin trabajo. El panorama se puso denso, oscuro, amenazador.
Vuelvo una de aquellas tardes a mi casa. Encuentro cerrada la puerta de mi cuarto. Los pequeños, narcotizados con la tele. Escucho sollozos dentro de mi habitación. Abro la puerta. Es mi esposa, acurrucada como una niña. No puede parar de llorar. Me siento a su lado y le tomo la mano. Tarda bastante en calmarse. Con ojos rojos y la cara hinchada, me cuenta otra vez los sufrimientos personales en su trabajo. El maltrato y la violencia de su jefa parece no tener límites. Figura corriente y constante, el abuso de poder en mi país.
No sirve de nada ser honesto. Ni trabajador, ni estudioso. Ni respetuoso de las normas, la autoridad o las personas. La ley constante es la de tierra arrasada. No es un instante o un paréntesis en el devenir de una nación. A los 40 ya uno tiene el kilometraje suficiente como para poder hacer un balance de la historia y, sin necesidad de brujo alguno ni bola de cristal, predecir lo que vendrá. Eso hicimos. Vimos la historia de nuestro país. Recordamos lo que fueron nuestros años adolescentes. Sobrevivimos a varias masacres de los émulos de Hitler, enquistados para siempre en las entrañas del poder. Vimos cómo muchos nunca más fueron vistos. Testigos de desapariciones, somos la memoria.
En nuestro caso, decidir la emigración fue hacer honor a la memoria, dar un signo de respeto por nuestras vidas y las de nuestros hijos.
Supimos –sentimos- que no había futuro posible allí. Ni para nosotros ni para ellos. No había futuro más allá de los "proyectos" de ver cómo hacer para vivir cada vez peor, ganando cada vez menos. No concibo que la vida sea sólo una estrategia de supervivencia regida por principios individualistas gobernada por la ley de la selva. No quiero eso para mi vida ni para la de mis hijos. Y me rebelo. Me enojo. Doy batalla.
Emigrar en este caso es dar batalla para defender lo único importante en la vida: los sueños, la esperanza, el futuro, el deseo, las ganas de encontrarse con lo que uno siempre imaginó.
¿Se puede elegir a dónde ir?
Lo primero que acordamos fue hacerlo legalmente, obteniendo la visa de residencia del país que finalmente eligiéramos. No iríamos a ningún país del así llamado "Tercer Mundo"; de ahí estábamos intentando salir. Descartamos Europa por dos razones fundamentales: no conseguiríamos las visas. No tenemos parientes, ni cercanos ni lejanos, ubicables en la línea del tiempo y del espacio que hoy pertenece a la Comunidad Europea. La otra razón es una sensación que percibimos en 1989, cuando estuvimos de viaje por estudios y vacaciones: hay demasiadas nacionalidades en un territorio muy pequeño. Y cada una reclama y reivindica con más pasión que razón, sus propios territorios. Los reclamos cobran formas violentas, bajo las perspectivas contrastantes del florecimiento económico, el avance tecnológico y la progresiva presión inmigratoria ilegal. Digámoslo más simplemente: en Europa se respiran racismo y separatismo. No importa a cuánta distancia haya quedado la última conflagración mundial. Lo cierto es que Europa sigue siendo un polvorín de historia de conflictos y enfrentamientos.
Definitivamente, no iríamos allí. Tampoco a Asia.
Quedaban entonces en nuestra lista de "candidatos", Estados Unidos, Australia, Canadá y Nueva Zelandia. Rápidamente descartamos Estados Unidos. Nunca obtendríamos la legendaria "Green Card" (parece la marca de una tarjeta de crédito); nunca nos atrajo demasiado el american way of life.
De los tres países restantes, Nueva Zelandia quedó fuera por temor a sufrir además de los efectos de la emigración, una profunda transculturación. Comenzamos a averiguar los requisitos de visa inmigratoria de Australia y Canadá. Analizamos los primeros datos y sólo Canadá tenía un programa de inmigración para profesionales independientes como nosotros.
Mi esposa decía: "a algún país tiene que interesarle una familia como la nuestra". Parecía, a juzgar por lo que leímos en los requisitos de residencia, que quizás ahora los candidatos éramos nosotros.
Sí, tal vez a Canadá le interesaría una familia como la nuestra.
Canadá era nuestra elegida.
Al día siguiente, llevé a mi hija de paseo. Al finalizar aterrizamos en el clásico del fast-food: McDonald´s. Es impresionante cómo les gusta esa comida a los niños. Alguna vez me gustaría leer una investigación de mercado ¿Cuál será el secreto del éxito de esa empresa entre los niños pequeños?
Sea cual fuere tal secreto, pedimos lo de siempre. En mi país se llama "La Cajita Feliz" (nombre horrible y ridículo). Ok, Cajita Feliz -le digo a mi pequeña mientras espero en el mostrador. Compramos la felicidad en cajita. Y la felicidad de la cajita tiene la forma de variedades de juguetes. Esa semana eran Mickeys de distintos países. Y al momento de abrir el paquetito... ¿adivinen de qué país era? Exactamente: de Canadá. Un signo premonitorio enviado por vaya a saber qué espíritu del consumo global. El Mickey canadiense fue celosamente custodiado en mi hogar hasta el día de nuestra llegada. No dejé de mirarlo ni de mimarlo un poco cada mañana.
Entre la decisión de emigrar y la fecha de presentación de nuestros papeles a la embajada, pasaron casi 6 meses. Demoramos tanto porque teníamos infinitas dudas, conocíamos versiones y rumores absolutamente contradictorios acerca de la modalidad de evaluación de la documentación que se presentaba. Pese a las dudas, casi nunca hemos podido consultar más que pequeñas banalidades a las autoridades. La sensación que transmiten es que uno, con sus preguntas, molesta o interrumpe su trabajo. Todo está en Internet, dicen. También dicen, o no dicen, pero dan a entender, que las preguntas hechas a destiempo pueden derivar en "penalizaciones" cuyo menor grado es una mayor duración del expediente del trámite, o –lo que equivaldría a algo así como la "pena capital"- directamente la anulación del expediente y la negación de la visa. En suma, las autoridades no son nada gentiles, aunque suelen cumplir con su palabra durante los pocos, poquísimos momentos de feedback que brindan.
Llegar es un nuevo tablero, distinto a lo imaginado. Y un nuevo tablero supone un nuevo juego. Reglas, códigos, atajos, estrategias, errores, idiomas. Hay que aprender todo otra vez. Hay que asumirse como extranjero, sentir que los demás así lo sienten a uno. Hay que construir y comenzar a hilar nuevas redes. Es también la oportunidad para deshacerse de viejos equipajes, para andar más liviano, para recobrar fuerzas, anhelos y esperanzas.
No hace mucho que estoy aquí. Me sorprenden el orden y la calma cotidianos. Me preocupa la rigidez del imperio de la norma. Me angustian ciertas barreras que intuyo discriminatorias.
El paraíso es un juego de la imaginación. Algunas sociedades crean reglas de convivencia que acercan o alejan la posibilidad de jugar ese juego, si ese deseo anida en la persona. Espero que Canadá me permita seguir el camino que inicié en mi país de origen. Voy tras los sueños de un hombre común: amor en mi familia y una vida digna para todos nosotros.


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